Una malhumorada beliceña regaña a un tímido misionero
Sadie McKenzie estaba parada en el porche de su casa en una aldea en el país centroamericano de Belice. Estaba ocurriendo algo muy extraño.
Un joven de raza blanca caminó hacia ella a través de un callejón. Luego hizo un alto, se dio la vuelta y se alejó de ahí.
Minutos más tarde, el hombre volvió a aparecer y muy lentamente avanzó nuevamente hacia la mujer. Entonces se detuvo, se dio la vuelta de nuevo y volvió a alejarse.
Sadie decidió que, si volvía a suceder lo mismo por tercera vez, lo enfrentaría en esta ocasión y demandaría que le explicara la razón por la que se volvía sobre sus pasos cada vez.
Pero cuando este hombre se acercó a ella por tercera vez, avanzó por todo el camino hasta llegar al porche.
“Estamos teniendo unas reuniones de evangelización, le dijo muy suavemente”. Sadie pudo detectar que este hombre era un misionero que venía de los Estados Unidos.
“¿Podría venir usted a las reuniones?”, le preguntó tímidamente el hombre.
Sadie había escuchado acerca de esa campaña de evangelización en su aldea, pero no quería asistir a ella. Tanto su esposo como ella estaban muy ocupados. Durante el día, atendían sus cultivos de plátano, de cacao, de yuca o mandioca, papaya, naranjas y toronjas en su finca. En la noche, bebían cerveza y bailaban en las fiestas.
“No”, le dijo airadamente Sadie al visitante. “Son los adventistas del séptimo día y no estoy interesada”.
El hombre se alejó de ahí muy triste.
Sadie no pudo alejar ese recuerdo de su mente durante todo el día. La suave voz de ese hombre le había llamado mucho la atención. Se preguntaba por qué le había hablado ella tan ásperamente. Entonces decidió que iría a las reuniones esa noche.
El joven en cuestión se sorprendió mucho al verla, pero le dio una calurosa bienvenida y le dio una Biblia nueva.
“Vamos a tener un estudio bíblico de 30 minutos al frente del auditorio antes de que comience la reunión”, le dijo. “Venga conmigo”.
Sadie no olvidaría nunca ese estudio bíblico. El predicador leyó del capítulo 13 de Juan, acerca de la ocasión en que Jesús lavó con agua los pies de sus discípulos. La descripción de ese lavamiento de pies hizo que Sadie se acordara de su abuela, quien había sido una adventista del séptimo día. Sadie recordó que su abuela acostumbraba tomar un cepillo y tallarse vigorosamente los pies un día antes del servicio de comunión, porque no quería ensuciar el agua en la palangana usada para ese rito en la iglesia.
Sadie acostumbraba reírse de su abuelita.
“Dile a la gente de la iglesia que tú ya te bañaste”, le decía. “No necesitas lavarte nuevamente los pies en la iglesia”.
La abuela era muy paciente con Sadie. “Un día lo vas a entender”, le decía. “Esto procede de la Biblia”.
Sadie comenzó a entender el significado del lavamiento de pies al escuchar el estudio bíblico ofrecido en la reunión de evangelización. Se dio cuenta de que Jesús lavó los pies de los discípulos como un ejemplo a seguir por todos los cristianos. Jesús estaba mostrándoles a los cristianos que debían servir con humildad a los demás.
Sadie asistió a las reuniones de evangelización noche tras noche, porque deseaba conocer más acerca de la Biblia: Una noche, el predicador pidió que pasaran al frente aquellos que deseaban recibir el bautismo. Sadie pasó al frente, pero tenía ante ella un serio dilema. Ella no quería dejar atrás la cerveza ni el baile.
Esa noche, Sadie no podía conciliar el suelo. Finalmente, se levantó de la cama y oró lo siguiente: “Dios, tú sabes que deseo servirte, pero tú sabes que estoy pensando también acerca del mundo”.
Después de orar, Sadie pudo encontrar la paz y finalmente se quedó dormida. En la mañana, había perdido todo deseo de ir a las fiestas. Lo único que quería era servir a Dios.
Sadie, de 63 años de edad, todavía se dedica a las labores del campo, pero en la actualidad, planta más que plátanos y papayas. Ahora planta también la Palabra de Dios en el corazón de las personas. Sadie ha predicado en seis campañas de evangelización y ha llevado a más de 50 personas al bautismo. Se siente muy feliz de que aquel tímido joven haya regresado a su casa y la haya invitado a la reunión de evangelización.
Traducción – Gloria A. Castrejón
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